Sólo porque todo el mundo crea que algo es verdad, no significa que lo sea.
El traje nuevo del emperador (Hans Cristian Andersen)
Imagina que tienes una casa vieja, que se está cayendo a pedazos, donde nadie se siente cómodo, que se construyó en una época en que todo era distinto: el precio del terreno, los materiales, las técnicas de construcción, la composición de las familias, las necesidades que ellas tenían, la tecnología, el medio ambiente, etc. Tienes 2 alternativas bien concretas: O sigues invirtiendo dinero a fondo perdido en volver a remendar una casa que está condenada a derrumbarse (con el riesgo de quedar sepultado bajo sus escombros) o la derribas de una vez y, sobre sus cimientos, refundas un nuevo hogar, coherente con lo que demandan los tiempos que vivimos y, sobre todo, los que nos esperan. ¿Qué harías tú?
Con la educación está pasando lo mismo que con la casa vieja. El sistema se cae a pedazos pero todas las propuestas se centran en conservarlo a toda costa y ponerle todos los parches que sean necesarios. Últimamente, la mayoría de esos arreglos tienden a concentrarse en inyectar más dinero en forma de becas para los estudiantes, créditos más baratos, eliminar el lucro, aumentar el presupuesto del Ministerio de Educación, etc. Ojala fuese tan fácil. Singapur, uno de los países con mejor desempeño del mundo, gasta menos en educación primaria que 27 de los 30 países de la OCDE.
Drucker afirmaba que “es mejor hacer mal lo correcto que hacer bien lo incorrecto”. Si no se rediseña primero el modelo, gastar más dinero sólo servirá para hacerlo inútil pero mejor hecho.
Curiosamente, no hay ni una sola voz discordante que plantee que tal vez ha llegado el momento de cuestionar el paradigma y optar por cambiar el modelo, de construir una casa nueva… Es muy natural resistirse a dejar lo que nos acompañó por tanto tiempo porque se ha generado apego, a veces por cariño, otras por puro interés.
En un artículo sobre energía, un experto comentaba: "Necesitamos un nuevo fuego. El viejo fuego nos sirvió mucho. Nos permitió crecer como especie y modernizarnos, pero ahora nos está generando problemas. Ahora necesitamos un fuego que sea seguro y duradero”. Debe estar todo el mundo muy entusiasmado con su “vieja casa educativa” porque no surgen opiniones con la suficiente valentía como para atreverse a proponer que llegó el momento de agradecerle los servicios prestados y tirarla abajo.
A nadie le gusta que le engañen pero hay algo mucho peor que es engañarse a uno mismo. Eso estamos haciendo con la educación desde hace ya demasiado tiempo y la trampa que nos hacemos es muy burda: Aunque no queramos reconocerlo, el modelo de educación que tenemos NO FUNCIONA, no resiste más PARCHES y hay que ENTERRARLO porque, al igual que la casa vieja, su tiempo ya pasó. Está claro que hablar de fomentar la innovación, de generar un país de emprendedores, de impulsar el pensamiento crítico es fácil pero actuar en consecuencia es bien diferente. Mi propuesta es muy simple: ¿Por qué no dejamos de perder tiempo, recursos y energías en arreglar un modelo que hace aguas de forma irreversible y nos dedicamos a pensar, sin límites ni restricciones, un modelo innovador? El país que logre esta hazaña será sin duda pionero a nivel mundial y obtendrá una ventaja competitiva decisiva sobre el resto.
Si ciudadanos de todos los países evalúan muy negativamente sus respectivos sistemas educativos y al mismo tiempo colocan la educación como uno de sus temas prioritarios, ¿Qué podemos hacer? He aquí 2 premisas y 3 paradigmas a considerar:
Primera premisa: Repensar la educación
Para este ejercicio, las 2 primeras preguntas son: ¿Por qué existe la educación? y ¿Necesitamos educación? No crean que todo el mundo está de acuerdo, basta recordar la conocidísima proclama de Pink Floyd
We don´t need no education. Si como resulta probable, concordamos que es imprescindible un proceso que ayude a preparar a los niños y jóvenes para la vida, entonces también sería razonable preguntarse: ¿Tiene que ser tal y como lo conocemos (y como siempre ha sido) o podemos imaginar otras alternativas? Hasta la fecha, no ha habido manera de probar nuevas fórmulas.
Segunda premisa: Concordar por qué la educación que tenemos es mala
Si nadie discute que necesitamos un proceso educativo y existe consenso respecto de que la educación es
mala, entonces es fundamental compartir un acuerdo sobre qué falla por que hoy coexisten multitud de diagnósticos. He podido comprobar que hay coincidencia en reconocer que la educación no funciona porque no cumple la promesa de prepararte para la vida y en concreto, para el mundo del trabajo. Es un hecho que la educación existe para entregar a los jóvenes las herramientas para que sean autónomos y puedan valerse por sí mismos. Acceder a un trabajo que les permita subsistir y desarrollarse es su primera prioridad. Como ejemplo, este
ranking de universidades es elaborado a partir de lo que dicen los empleadores. Ahora bien, si la educación no cumple dicha promesa no es porque los jóvenes no sepan lo que les han enseñado (supuestamente han dedicado 17 años a estudiar y han aprobado rigurosísimos exámenes) sino porque no les han enseñado lo que de verdad hace falta para vivir y trabajar y por tanto, no saben lo que es importante saber.
Si esto es así, ¿Qué hay que hacer para remediarlo? Se atribuye a Henry Ford la frase Si hubiese preguntado a la gente que querían, me hubiesen dicho que un caballo mas rápido. Hace mucho que aprendí que añadir tecnología o invertir recursos en un proceso que no funciona, sin haberlo repensado, no sólo no lo mejora sino que lo
empeora. ¿Estamos dispuestos a romper los principales paradigmas (curriculums anticuados e inamovibles, cursos y asignaturas como elemento central, preminencia de los profesores, aulas como epicentro de toda actividad, exámenes como método de evaluación, notas como sistema de calificación, etc.) para diseñar una nueva educación?
Primer paradigma: Lo que hay que saber ya está decidido VERSUS decidir qué es importante saber.
Todos sabemos que al terminar la universidad, apenas éramos capaces de llevar a cabo alguna de las tareas que se requieren en cualquier trabajo en una organización pública o privada. En cierto modo era normal, no en vano habíamos dedicado 5 años a escuchar profesores y estudiar y no a practicar esas tareas que nos esperaban. Al mismo tiempo, para los empleadores que hoy contratamos a un joven recién licenciado, su expediente académico es cada
vez menos relevante mientras asumimos que deberemos invertir mucho tiempo y dinero en enseñarle lo necesario para que pueda rendir según lo esperado. Por lo tanto, la primera gran decisión consiste en guardar momentáneamente los curriculums actuales en un cajón y discutir, desde cero, cuales son los desafíos que van a enfrentar nuestros hijos (medio ambiente, desempleo, energía, salud, calidad de vida, distribución de la riqueza…) y que necesitarán saber para superarlos. Si por ejemplo, llegamos a la conclusión de que es importante contar con ciudadanos colaborativos (que piensen en términos de “nosotros” en lugar de “yo”), tenemos que dejar de fomentar la competencia feroz y el individualismo exacerbado promovido ya desde los procesos de selección de numerosos colegios pasando por los rankings de notas, etc. Si de verdad queremos ser innovadores, entonces hay que abandonar los contenidos, la memorización y el estudio tradicional y hay que fomentar las actividades, los proyectos, los errores… La pregunta es ¿Qué ciudadanos queremos? ¿Estamos dispuestos a rehacer esos curriculums centenarios y que tienen a tantos profesores y empresas interesados en mantenerlos ? No es la primera vez que nos referimos a este
tema
Segundo paradigma: Se aprende estudiando y aprobando exámenes VERSUS decidir cual es la mejor manera de aprender eso que hemos acordado que es importante saber.
Las ciencias cognitivas han avanzado enormemente en los últimos años para demostrar que resulta insostenible el hecho de que no se modifiquen las metodologías de aprendizaje que llevan siglos instaladas. Con ratios de 1 profesor para 30, 50 ó 100 alumnos, aparentemente la única alternativa que tiene un profesor es “dar clase”. La mayoría de los seres humanos creen que para aprender hay que hacer un curso, asistir a un aula, escuchar a un profesor, estudiar un libro y aprobar un examen. Así fue como aprendieron toda su vida y por tanto ¿Cómo ponerlo en duda? Sin embargo, el proceso natural de aprendizaje que todos hemos experimentado desde que éramos bebés nos dice todo lo contrario: Aprendemos haciendo, practicando, persiguiendo objetivos que nos importan, equivocándonos y corrigiendo nuestro comportamiento hasta que logramos hacerlo bien. Todo lo que hacemos lo aprendimos así aunque no seamos conscientes de ello. Y ni siquiera hay que ser experto en aprendizaje para darse cuenta. La oscarizada película
El discurso del Rey es un magnifico ejemplo sobre cómo diseñar un proceso de aprendizaje: tenemos por un lado un “aprendedor” (candidato a rey del imperio británico) con un elevadísimo nivel de motivación por aprender a hablar en publico sin tartamudear y tenemos por otro lado a un experto en oratoria (no en educación). ¿Qué hace el experto para ayudar al aprendiz? No le da ninguna lección magistral, no le obliga a estudiar ningún texto ni le hace tests de respuesta múltiple para evaluarle y ponerle nota. Al contrario, hace algo muy lógico. Diseña una serie de actividades, de más simples a más complejas, para que el futuro rey practique y le va corrigiendo a medida que este va cometiendo errores. Así de sencillo, pone el foco en las actividades y no en los contenidos. El rey trabaja duro y sufre para progresar ya que como afirman los monjes
shaohlin, sin sufrimiento no hay aprendizaje. El experto sabe perfectamente que los exámenes teóricos no tienen sentido porque nunca más en tu vida como adulto volverás a examinarte, si exceptuamos al sacar el carnet de conducir. También sabe de sobra que no necesita diseñar un curso, dividirlo en asignaturas…
De nuevo tenemos ante nosotros otro gran desafío. Si preparamos a los jóvenes para el trabajo, entonces necesitamos que aprendan a hacer y no sólo que sepan, y para ello es imprescindible practicar. A este tema también nos hemos referido muchas veces, porque aunque sabemos aprender, parece que seguimos sin saber cómo
aprendemos
Tercer paradigma: Los profesores son responsables del estado de la educación VERSUS decidir el rol que deben jugar los principales actores del modelo: Profesores, Padres y Alumnos
Todo el mundo cree que cualquier profesor, por el hecho de serlo, sabe como se aprende y por tanto sabe enseñar. Falso. Y todo el mundo insiste en que tener mejores profesores es sinónimo de mejor educación. ¿Son realmente tan importantes los profesores?. Un experto reconocido como
Sugata Mitra probó, mediante su mundialmente famoso experimento
Hole in the Wall,como un grupo de niños es capaz de aprender a utilizar un computador sin que existiera planificación alguna, sin saber el idioma y desde luego sin profesor. De ahí su afirmación “si un profesor puede ser sustituido por un computador, entonces que lo sea”. Es lo mismo que en cierto modo preconiza la aclamada
KahnAcademy, una idea tan encomiable como inútil . Antes de obsesionarnos con tener mejores profesores, es necesario tener claro qué entendemos por un buen profesor. A estas alturas, ya todos debiésemos saber que la característica esencial de un
buen profesor no es el dominio de su asignatura sino que sea un experto en aprendizaje (especialmente en el difícil arte de la motivación), algo que ocurre en escasas ocasiones, sobre todo en la universidad. Existen profesores que creen firmemente en este principio pero que rápidamente suelen ser
liquidados por el sistema. La realidad es que los profesores conocen sus materias pero no saben cómo hacer que sus alumnos las aprendan. Aquí tenemos otro desafío gigantesco: garantizar que todos los profesores sepan enseñar.
Posiblemente la figura que mayor impacto tiene en el desarrollo de un ser humano son sus padres. Desde que un niño nace, no hay función más importante para sus progenitores que acompañarle y guiarle en un apasionante, dilatado y complejo proceso de aprendizaje. Y para este viaje ¿qué habilidades tienen los padres como educadores? Aparte de su instinto, su cariño y su compromiso a toda prueba, lo cierto es que ninguna. ¿Será suficiente con eso? Todos los padres se lamentan de lo débiles que son sus estrategias a la hora de educar a sus hijos. Nuevamente, aquí tenemos otro enorme desafío por delante: Garantizar que todos los padres se conviertan en verdaderos expertos en aprendizaje. El futuro de nuestros hijos depende en gran medida de ello.
Respecto de los alumnos, tan sólo una reflexión: Algo estamos haciendo mal cuando los niños no quieren ir al colegio y, a los jóvenes, lo que de verdad les interesa de la universidad es el título y no aprender. Como cualquier profesor sabe, el aprendizaje depende de tener un “aprendedor motivado”, alguien que quiera aprender, de otra forma todo se vuelve infinitamente más complicado. Si el refrán dice, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, podemos refrasearlo así “no hay peor alumno que el que no quiere aprender”. Mientras no nos preocupemos seriamente de cómo lograr que los alumnos quieran aprender, simplemente seguiremos perdiendo la batalla.
Dejo para una columna posterior el análisis de un paradigma específico: La tecnología no es la solución para el futuro de la educación pero sin tecnología no hay solución.
No puedes resolver un problema en el mismo estado mental en que se creo (Albert Einstein).
¿Hasta cuando seguiremos engañándonos a nosotros mismos? En Chile por ejemplo, se discute seriamente cambiar el incoherente régimen electoral diseñado tras la dictadura e incluso el sistema tributario. Sorprendentemente, las propuestas para resolver el desastre de la educación no abordan el corazón del problema y se quedan en lo superficial. ¿Será la educación el único dinosaurio que se mantiene inamovible mientras el resto de la sociedad evoluciona y se moderniza? ¿Por qué no hay espacio al menos para probar algo distinto y darle una oportunidad a un modelo nuevo? Si hay ideas que permitirían de verdad innovar en un modelo que ha dado suficientes muestras de agotamiento ¿Por qué nada sucede? Mi opinión es que quienes tienen la responsabilidad, es decir los políticos, no saben cómo hacerlo o carecen del coraje requerido. Mien tras tanto, quienes están involucrados en el fenomenal negocio de la educación (que son muchos), carecen de voluntad, no tienen el más mínimo interés en poner en riesgo sus suculentos beneficios, más bien al contrario. Por eso todas las propuestas son siempre cosméticas e insisten en que todo siga igual, en vestir a la mona de seda. Tengamos clara una cosa: jamás las innovaciones provienen de los actores consolidados, de quienes dominan un mercado sino de la periferia, de aquellos que no tienen nada que perder con el cambio, de los outsiders, de los que no están encadenados por los paradigmas. En el 2011, fueron los estudiantes quienes amenazaron el status quo. ¿Qué nos deparará este 2012? Feliz año para todos.
La mona, aunque se vista de seda, mona se queda
Javier Martínez Aldanondo
Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria
jmartinez@catenaria.cl